"Chalet en la selva" o convivencia en la región

Las ilusiones irradiadas hacia el mundo occidental por los gobiernos anteriores fueron destrozadas por los recientes bombardeos a Gaza. No obstante, habrá que continuar bregando por una perspectiva de convivencia judeo-árabe y desmantelar la actitud colonialista y de chalet amurallado de Israel.

La Knesset (el parlamento israelí) que entrará en funciones en esta última semana de febrero será la más derechista de las 18 elegidas en los casi 61 años de existencia del Estado de Israel. Todo indica que Beniamin Netaniahu, ex primer ministro (1996-1999), líder del partido Likud será el próximo primer ministro. En principio, Netaniahu tendría la posibilidad de consolidar un gabinete que goce del apoyo de 65 parlamentarios (en un total de 120), representantes de los diversos partidos y sectores de la derecha, sea esta laica, tradicionalista o religiosa. Sin embargo, tanto por consideraciones relacionados con el escenario internacional y debido a las fuertes contradicciones existentes entre aquellos partidos de la derecha más neta, Netaniahu hará un esfuerzo por integrar en su gabinete al partido Kadima de centro-derecha e incluso se habla de la posibilidad que solicite al actual dirigente del partido Laborista, Ehud Barak, que permanezca en su puesto de ministro de Defensa. De esta manera Netaniahu ubicaría a su gabinete en una posición de centro-derecha, con un cierto margen de maniobra que la dependencia total de los sectores más intransigentes de su propio partido y de sus socios más inmediatos a su derecha no le permitiría.

UN PANORAMA DESOLADOR PARA LA PAZ

El actual panorama político interno difícilmente puede ser más desolador para los israelíes que abogan por una paz justa israelí-palestina y árabe-israelí en general. Si en los parlamentos anteriores se podía imaginar la hipotética configuración de una mayoría favorable a un eventual acuerdo de paz israelí-palestino que implicara la retirada de los territorios ocupados en la guerra de 1967 y el desmantelamiento de las colonias israelíes allí establecidas, en la nueva Knesset dicha posibilidad es impensable. Sin embargo, en los últimos años casi nadie entre los activistas de los movimientos de paz en Israel se hacía ilusiones con respecto a la disposición de Kadima o del Partido Laborista a avanzar una solución pacífica basada en la creación de un Estado Palestino en aquellos territorios ocupados, más allá del terreno meramente declarativo. Es que la distancia entre las declaraciones y los hechos, entre la imagen proyectada hacia fuera del país y las prácticas concretas y reales, nunca fueron mayores que en el período en que Ariel Sharon y sus seguidores escindidos del Likud y apoyados por los Laboristas condujeron la retirada unilateral de la Franja de Gaza (2005) y constituyeron al partido Kadima. Sharon primero y luego Ehud Olmert y Tzipi Livni, siempre secundados por los laboristas, fueron consecuentes en declararse a favor de una significante retirada territorial, pero a la vez en consolidar unilateralmente y por la fuerza las futuras fronteras del Estado de Israel. Se retiraron de Gaza y a la vez profundizaron y ampliaron los asentamientos israelíes en ciertas regiones de Cisjordania. Restablecieron seudo-negociaciones con la disminuida Autoridad Palestina en Ramala y, a la vez con el beneplácito de George W. Bush, consolidaron el dominio israelí de carreteras, puestos fronterizos, aire, mar y recursos naturales. La independencia y soberanía palestina quedó reducida a una gran jaula de Gaza, cercada y con accesos controlados por el ejército israelí y a una serie de mini-territorios en Cisjordania, bajo control policial palestino, descuartizados y circundados por colonias y por puestos militares israelíes, y sujetos a eventuales incursiones militares. Paralelamente, los alambrados y los muros de separación destruyeron terrenos de cultivo, destructuraron relaciones económicas y sociales, y sujetaron a decenas de miles de campesinos palestinos a las autorizaciones condicionadas del ejército israelí para poder cultivar y cosechar sus tierras.

El unilateralismo israelí debilitó a la Autoridad Palestina aún en vida de Yasser Arafat y mucho más tras su muerte, fortaleciendo al movimiento Hamas, cabeza de los sectores fundamentalistas. La retirada unilateral de Gaza y el consiguiente cerco económico fue determinante para la victoria de Hamas en las parlamentarias palestinas del 2006 y para que finalmente la Franja de Gaza cayera en manos del movimiento islámico. Igualmente, estos avances de los sectores intransigentes palestinos y su accionar contra la población civil del sur de Israel fueron funcionales al crecimiento de los partidos intransigentes y fundamentalistas de la derecha israelí.

La estrategia regional israelí no fue muy distinta. El unilateralismo fue su principal característica. Su punto de partida conceptual fue esbozado en una reveladora imagen acuñada en un reportaje por Ehud Barak, dirigente laborista y ex primer ministro (1999-2001), que explicó que "Israel es un chalet en la selva". Por lo tanto, para que las fieras y los salvajes de la selva respeten a ese trozo de alta civilización, los habitantes del chalet tenían que rodearse de altas murallas y de numerosos dispositivos de seguridad y ser capaces de golpear dura y ejemplarmente a quien se atreva a amenazar su tranquilidad. Así se explican los brutales bombardeos israelíes en el Líbano (julio-agosto 2006) y en Gaza recientemente.

DESAFÍOS PARA LA IZQUIERDA

Las reacciones ante esta última guerra implicaron una nueva fase en el proceso de reconfiguración del "campo de paz" israelí, iniciado en 2000 al fracasar las negociaciones de paz. Tanto el partido Meretz de centro-izquierda sionista como el partido Laborista apoyaron esta guerra. El primero mantuvo su apoyo sólo durante la primera semana y luego lo condicionó al no uso de fuerzas terrestres. El segundo, atado entero a la figura de su líder, el ministro de defensa Barak, desbordó por la derecha en su actitud belicista a sus socios de Kadima. De esta manera ambos partidos de la izquierda sionista se convirtieron en políticamente irrelevantes, se auto-anularon como alternativas a la derecha nacionalista. No se trató de una decisión caprichosa y poco inteligente de sus dirigentes políticos. Sin duda alguna, representaban fielmente el sentir de buena parte de sus bases sociales, los sectores medios y medio-altos, mayormente cultos, de judíos de origen europeo. Estos sectores de la población, de los cuales provienen también la mayoría de los militantes pro-paz en Israel, son mayoritariamente sionistas y de orientación cultural "occidental".

Su disposición a "canjear territorios por paz" ha estado basada en su temor por dominar eternamente territorios con un alto porcentaje de población árabe, lo que colocaría a Israel en la disyuntiva de constituirse formalmente como un sistema de apartheid o como un estado democrático que tendría que renunciar a su carácter de "estado judío". Es más, para muchos de los votantes del Laborismo, de Meretz y, ahora, de Kadima, su pertenencia política de izquierda sionista y laica es más que nada un contrapeso a los partidos religiosos y particularmente a los judíos de origen "oriental", de clases bajas y medias-bajas, que votan tradicionalmente al Likud y al partido ortodoxo sefaradita Shas. Son una minoría quienes provenientes de estos sectores de la población y militando por la paz han superado esa visión de origen profundamente colonialista y se han integrado en movimientos conjuntos de árabes y judíos, perdiéndole miedo a la perspectiva de integración en el "oriente" en el cual geográficamente residen. Y son pocos también los pacifistas que militan en sindicatos y en movimientos sociales populares.

Aquella denominada "izquierda sionista" fue muy golpeada en estas elecciones. Mientras que el partido Laborista convertido en los últimos años en furgón de cola de Kadima redujo su representación parlamentaria de 19 a 13 diputados, Meretz perdió la mitad de su caudal electoral cayendo de 6 a 3 diputados. Al no percibir diferencia sustancial muchos votantes emigraron de estos partidos para fortalecer directamente a Kadima. Unos 30-35 mil votos (equivalentes a un poco más de una bancada de diputado) emigraron hacia la izquierda. Los movimientos verdes, divididos, no lograron ingresar al parlamento, gastando juntos 30 mil votos, mayoritariamente de izquierda.

Hadash, el frente de izquierda judeo-árabe y por lo tanto no-sionista constituido por el partido Comunista, el movimiento Hit'chabrut-Tarabut e independientes, captó el resto de los votos corridos hacia la izquierda. Hadash fue la única bancada de izquierda que incrementó su representación parlamentaria, pasando de 3 a 4 diputados. Se trata de algo significativo porque apuesta a constituirse en el principal núcleo político regenerador del movimiento por la paz. Pero Hadash está aún lejos de acumular el poder electoral necesario para incidir en la relación de fuerzas interna de Israel.

LA CRISIS SE SUMA A LA VIOLENCIA

La crisis socio-económica que ya se anuncia con un incremento en los despidos durante los últimos tres meses y la crisis socio-cultural más profunda que se revela en la fragmentación de los partidos políticos (12 representados en la Knesset, sin que ninguno de ellos alcance a reunir la cuarta parte de los diputados), anuncian que estamos en un período de transición socio-política hacia nuevas realidades. Más de la tercera parte de los inscritos con derecho a voto no ejercieron este derecho. En la minoría árabe la abstención electoral alcanza a 45 por ciento y tiene una dimensión de protesta nacionalista, menoscabando así al bloque anti-racista en la Knesset e indirectamente fortaleciendo a los sectores judíos religiosos y nacionalistas que votan en altos porcentajes. Los votantes israelíes en general se demuestran muy volátiles y mayoritariamente ya no votan al mismo partido en tres elecciones consecutivas. Es difícil predecir hacia dónde llevará la crisis actual a la opinión pública en los próximos años.

El fortalecimiento de la derecha nacionalista y la ultraderecha racista implica muy graves peligros. Estos sectores manejan ciertas variantes al colonialismo aburguesado del "chalet en la selva" de Barak. Para los sionistas religiosos el proceso de colonización sionista en la Tierra de Israel es parte de un programa divino mesiánico, concebido en términos muy similares a otros fundamentalismos religiosos de estos tiempos. Mientras que otros acuden a la imagen más militar de considerarse una fortaleza de avanzada de occidente en el oriente. Esa fue la función que la administración Bush le dió a Israel. Barack Obama aún no ha trazado su política para la región, pero la derecha fortalecida de Israel no le facilitará las cosas y correspondida por los sectores palestinos fundamentalistas es capaz de provocar nuevos enfrentamientos bélicos con alto costo humano.

Las ilusiones irradiadas hacia el mundo occidental por los gobiernos anteriores fueron destrozadas por los recientes bombardeos. La política israelí pareciera acercarse a una verdadera disyuntiva histórica. Nuestro desafío, el de las fuerzas consecuentes que bregan por una paz israelí-palestina, será el avanzar posiciones dentro de los sectores sociales postergados de la sociedad israelí, mayoritariamente actuales votantes de la derecha y de los sectores religiosos. Junto a una lucha consecuente por sus derechos les ofreceremos una perspectiva de convivencia judeo-árabe, desmantelar la actitud colonialista de fortaleza y de chalet amurallado, dentro del cual en realidad son muchos más los sirvientes y dependientes varios que los dueños de casa.

Originalmente publicado el 04.03.2009 en Vadenuevo.com.uy: http://vadenuevo.fortunecity.es/7labicicleta7.htm